El paciente del doctor Parker by Jasper DeWitt

El paciente del doctor Parker by Jasper DeWitt

autor:Jasper DeWitt [DeWitt, Jasper]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2020-10-15T00:00:00+00:00


10 de abril de 2008

En este punto de la historia es cuando las cosas empiezan a ponerse verdaderamente difíciles y, para ser sincero, sería mucho más fácil dejarlo aquí. Sin embargo, en cierto sentido, escribir sobre ello es como succionar veneno de mi organismo, aunque sea años después. Pero no os aburriré con mi agonía.

El doctor P. se regodeó durante todo el camino hasta la última planta, donde estaba la consulta de la directora médica.

—Me lo olí desde el minuto uno en que te contrataron. Cuando me enteré de que iban a traer a un sabiondo de la Ivy League para trabajar en mi servicio, supe que causarías problemas. A ella le dije que todo nos estaba yendo bien, que no la cagara con un doctorcillo todavía en pañales que se creyera más listo que nadie. Pero no, ella te contrató como un favor a un viejo amigo. Y pensar que, bien mirado, no lo estabas haciendo tan mal con el resto de los pacientes. Es que, vosotros, los mocosos prepotentes, os creéis que habéis nacido con una flor en el culo. Por eso ella llegó a esperar que pudieras sacar algo de Joe, pero ahora se va a llevar un buen chasco. Te lo advertí, capullín. No lo olvides. Si me hubieras hecho caso, ahora seguirías siendo el niño bonito, pero tuviste que meterte en algo de lo que no tienes ni pajolera idea. Mequetrefe arrogante. Eres…

En serio, la tabarra duró los diez minutos que tardamos en llegar a la consulta de la doctora G.

No tenía ni idea de lo que iba a pasarme y no alcanzaba a comprender qué había salido mal. Supongo que, después de que me pillaran con las manos en la masa, sentí una especie de alivio, teniendo en cuenta que la mentira y el subterfugio no eran mis objetivos profesionales, pero me angustiaba que Joe siguiera preso. Al mismo tiempo…, ¿qué era eso que había oído en su habitación? Seguí repitiéndome las cosas que Joe había dicho, y después las advertencias de la doctora G. sobre su locura y lo contagiosa que era, y me preguntaba quién decía la verdad. ¿O todos habían estado mintiéndome desde el principio?

Aquella risa profana había resonado en mis huesos. ¿Mis temores a ser descubierto me habrían desquiciado? O, si estaba en mi sano juicio, ¿cómo es que Joe había conseguido imitar una risa sacada de mi peor pesadilla infantil?

Mis pensamientos frenéticos y confusos se interrumpieron cuando Hank abrió de un tirón la puerta de la consulta de la doctora G. y me empujó dentro sin decir palabra. Mi nariz casi hizo contacto con la alfombra cuando di un traspié, y me llevó un momento estabilizarme y concentrarme en las personas presentes.

Sí, «personas» en plural. La doctora G. estaba allí, por supuesto, delante de su mesa de trabajo, mirándome con unos ojos que me hicieron pensar en un halcón que observa un cadáver putrefacto y decide que no merece la pena comérselo. Detrás de ella, sentado en el lustroso



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